Bandera, bandera de México

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Otra vez septiembre en México. De nuevo los colores de verde, blanco y rojo invaden las esquinas de nuestras ciudades con puesteros vendiendo banderas, banderines, matracas, rehiletes y por alguna pintoresca razón, pelucas. Suena el Cielito Lindo, Adelita y otras hermosas piezas musicales de nuestro pasado y la gente empieza preguntar en sus conversaciones cotidianas “¿dónde vas a pasar El Grito?”

Bandera, bandera de México. Símbolo de nuestros… ¿Símbolo de qué? Reflexionando sobre el origen de este ícono nacional, tan venerado y respetado que criticarlo, profanarlo, modificarlo o desecrarlo es calificado como traición a la Patria, propongo una nueva posibilidad con todo respeto a dicho enaltecimiento (porque no soy ningún traidor sino un ciudadano comprometido con su pueblo con la fortuna de contar con pensamiento crítico): habría que considerar un cambio de colores y diseño. Sólo por favor, no se lo comisionen a la gente de comunicación e imagen del Tec.

Pero no nos desviemos y volvamos al tema central. ¿Por qué pensar en que deberíamos cambiar el máximo símbolo patrio? Es simple: Nuestra bandera está desactualizada.

Cuando nació la bandera mexicana tricolor, se eligieron los colores verde, blanco y rojo para aludir a la esperanza del pueblo, la unidad de todos los mexicanos y para honrar la sangre de nuestros héroes… porque incluso nuestro himno estima que a la Patria, en cada uno de los mexicanos, un soldado en cada hijo le dio.  Por último, el águila devorando una serpiente en nuestro escudo al centro de la bandera, es representación de la mitológica fundación de Tenochtitlán por nuestro pueblo indígena históricamente más representativo.

Hoy, vale la pena cuestionar si esos símbolos permanecer en la idiosincrasia, en la realidad o por lo menos en las aspiraciones de los mexicanos.

Empecemos por el escudo nacional y su observación de la fundación de la Gran Tenochtitlán. El sello máximo del enaltecimiento de nuestra herencia indígena. Ese mismo indígena que hoy es ciudadano de quinta y al que hemos relegado en todos los ámbitos. ¿Cuál es la participación que hoy tienen los distintos grupos indígenas en la vida del país? ¿Cómo participan en la construcción de nuestro futuro y en las actividades relevantes de nuestra sociedad? ¿No deberíamos sentirnos culpables o por lo menos sentir la vergüenza de la hipocresía que es restregar el águila devorando a la serpiente ante todas las culturas que hemos mandado a las esquinas de las calles del país a mendigar? No le hemos hecho justicia a los fundadores de la Gran Tenochtitlán… ¿qué derecho tenemos de seguir festejándola?

Vamos al verde… Hoy veo un país que en su mayoría ha perdido la esperanza y vive su día a día sin creer en un futuro mejor. Antes de seguir aclaro que yo sigo viviendo día a día tratando de contribuir a dicho futuro pero seamos honestos, nadamos contra corriente. Las razones para esta frustración y apatía generalizada son múltiples y ahondar en ellas bien vale un ensayo de varios capítulos pero si somos críticos respecto a nosotros mismos, es veraz decir que no somos una sociedad civil esperanzada. Estamos hundidos en la conformidad o en la inconformidad inactiva. Lo más cercano a destellos que pudieran dar testimonio de una sociedad civil despierta, son movimientos frágiles, manipulados y de moda electorera, como en su momento lo fue #YoSoy132. La actual administración ha hecho un excelente trabajo en distanciarnos de cualquier posibilidad de influenciar cambios, tomando control de los dos Poderes más relevantes del gobierno y por ende gestando hoy más que nunca, la no representación de la voluntad del pueblo en el Legislativo. Decimos que tendríamos que hacer más por presionar a nuestros representantes, por conocer a nuestros diputados y exigirles que en el Congreso hagan eco de nuestros intereses y prioridades… pero bien sabemos que en México el Legislativo vota por bloque y no por la gente que eligió a cada representante… porque si ni siquiera existe la palabra “accountability” en español, ¿cómo exigirla de los diputados y senadores?

¿Unidad? Estamos unidos en la frustración, en la afición por el futbol y en el sometimiento a programación televisiva de nivel deplorable que fomenta la estupidificación de toda una nación. ¿Realmente amerita eso darle un color a nuestra bandera?

El rojo. La sangre de nuestros héroes. Esos héroes fantásticos que la Secretaría de Educación Pública se asegura sigamos viendo en los libros escolares, adornados por cuentos de ficción nunca repetidos en documentos serios. Esas mitificaciones e idealizaciones de personajes que incluyen a Padres de la Iglesia en cuyo estandarte se festejaba a la Vírgen de Guadalupe y al yugo de Fernando VII sobre México, pillos y vándalos que destruyeron poblados enteros en su pasar, incluyendo la violación documentada de mujeres y la ocupación de una planta cervecera en la ciudad de Monterrey y ¡¿cómo olvidarlos?! Niños que no eran niños y que nunca brincaron a su muerte para que la misma bandera de la que hablo no cayera en manos del enemigo. La brecha entre la historia y la historia Patria es amplia y sigo sin entender la necesidad de mentirles a nuestros hijos sobre los supuestamente respetables hombres que forjaron nuestra nación.  Y aún si quisiéramos mentirnos y seguir llamando héroes a estas personas, creo que para retener el color rojo en nuestro símbolo patrio, habría que empezar a buscar nuevo héroes a quienes honrar. El país los necesita urgentemente.

Propuesta alterna:

Un amarillo pálido que represente nuestra indiferencia y egoísmo. Negro para simbolizar el oscurantismo educativo en que estamos inmersos, la falta de sentido cívico y comunitario y el color de nuestro aparente futuro si no tomamos las riendas del país. Un marco a la orilla con hilo plateado o dorado, para hacer honor a las riquezas saqueadas por nuestros gobernantes sexenio tras sexenio… y en el centro, la foto del Chapo Guzmán impresa sobre el logo de Televisa.

No sé, piénsalo…