He sido participante o testigo de muchas causas e iniciativas, todas ellas enfocadas a buscar mejorar algún aspecto de nuestro país. Es común escuchar lemas como “Un México sin drogas” o “Por un país sin violencia”, etc. Todas ellas son válidas y no pretendo minimizar ni descalificar los esfuerzos para pelear por estos ideales.
Sin embargo, ayer me tocó vivir una serie de situaciones cuasicotidianas que al sumarse me hicieron reflexionar respecto a la manera en que los mexicanos hemos hecho de inventar pretextos nuestro pan de cada día. Así que hoy quisiera abogar por algo mucho más cercano a cada uno de nosotros que los ideales que arropan las causas sociales normalmente. Creo que no me equivoco al decir que todos hemos sido víctimas y a su vez criminales de lo que hemos vuelto un arte en México: la vil, llana y descarada excusa.
Somos un país cuya actividad económica cada vez más se centra en el sector de servicios y aunque los ofrecemos sin duda de mejor manera que algunas otras naciones, nos distinguimos por darlos siempre con la excusa de frente por no haber logrado el objetivo en tiempo o en forma acordada. Las excusas han hecho de nuestra economía de servicios, un mar de mediocridad e irresponsabilidad.
En México el tipo que iba a venir a instalarte el internet el día que pediste permiso de la oficina para estar en casa “no llegó porque la cuadrilla tuvo un accidente imprevisto”, el oficinista llegó a la junta 20 minutos tarde porque (aparentemente a diferencia de todos los demás días) “el tráfico estaba pesadísimo”, el estudiante de universidad no sube la tarea al servidor “porque se cayó la red”, la imprenta entrega los trabajos tarde porque siempre “nos falló una pieza de la máquina”, el plomero no pudo llegar a tiempo porque tenía mucho trabajo, era del otro lado de la ciudad y los microbuseros están de huelga y a las empleadas domésticas se les mueren a cada rato sus diecinueve abuelitas.
¿Por qué? ¿Por qué no podemos tomar responsabilidad y honestamente aceptar nuestras fallas y limitaciones? ¿Por qué no podemos por otro lado, perseguir hacer nuestro trabajo con tal esmero y orgullo que logramos superar las expectativas de quienes reciben nuestros servicios y entregables?
Somos una nación increíblemente creativa pero enfocamos dicha creatividad en actividades que erosionan nuestra capacidad de ser grandes. Si la mitad de las neuronas que destinamos a que se nos ocurran historias épicas para no decirle a nuestro jefe “me quedé dormido” , las dedicáramos a innovar, podríamos destacar internacionalmente en inventiva.
Creo que tememos demasiado y malentendemos la importancia de la opinión de los otros. Creemos que si alguien nos ve fallar o equivocarnos, estaremos marcados de por vida y destinados al fracaso.
No puedo llamarla una máxima irrefutable ni decir que siempre funciona, pero puedo hablar por mi experiencia y compartirles que desde muy temprano en mi vida he buscado eliminar las excusas y reemplazarlas por la verdad, honesta y directa. He buscado poner empeño en lo que hago porque además eso me permite sentir orgullo por los resultados (en lugar del alivio de decir “por esta ocasión la libre porque no me cacharon en la mentira). Poniendo las cosas en la balanza (porque no siempre funciona), puedo decir que favorecer la honestidad me ha sido más benéfico que detrimental.
¿Acaso no respetarías más a un proveedor de un servicio que te dijera “disculpas, cometimos un error y por ello ofrecemos X en retribución” que uno al que siempre se le atraviesa un tren, se le poncha la llanta o se pierde en camino a la entrega?
Ojo, no estoy diciendo que nos volvamos mártires y andemos por el mundo recogiendo culpas de otros ni queriendo quedar bien con la gente agachando la cabeza y diciendo “tienes razón, todo es culpa mía.” Estoy hablando de tomar responsabilidad por lo que nos compete y por nuestras acciones. Hablo de dar la cara en lugar de resguardarse en una excusa que te exima de tener que pedir que vuelvan a confiar en ti a pesar de haber fallado.
Somos seres humanos. No se puede ni debe de esperar de nosotros la perfección. Es evidente que en algún momento nos vamos a equivocar o vamos a fallar. Como jefe prefiero a un colaborador que trae a mi atención un error con el tiempo suficiente para buscar resolverlo que otro que solapa sus limitaciones escondiendo la falla o transfiriendo la culpa a “causas fuera de su control” como el hecho de que los aliens invadieron su casa el día antes del deadline y le borraron el disco duro de su computadora. Ahora, la clave del juego es equivocarse pero no es cometer el mismo error miles de veces y ser honesto al respecto… está bien que no seas perfecto pero si eres incompetente, tienes mayores broncas que las excusas.
Creo que lo que deberíamos hacer mucho más es (1) al cometerlo, aceptar el error eliminando la excusa, (2) honestamente comunicarlo, (3) generar opciones para reparar o resolver el daño y (4)recoger los aprendizajes necesarios para evitar la misma falla. No es física cuántica… Vivir sin excusas es simple y sólo cuesta la voluntad de hacerlo.
Así de fácil: la honestidad genera credibilidad y la deshonestidad hace que la pierdas. Y una persona que no tiene credibilidad, simplemente tiene muy poco valor que ofrecerle al mundo. No digo que seamos honestos porque es un ideal loable. Digo que lo seamos porque nos conviene.
¿Quién se apunta para eliminar del salón de clases “el perro se comió mi tarea” y así construir un país de gente honesta? ¡Vamos por un México sin excusas! ¿O estás bieeeeeeeeeeen ocupado porque justo este fin de semana que ibas a ser honesto estás muy ocupado porque viene tu tía de fuera a visitar y no va a volver en tres años así que no puedes enfocarte en nada más?